2° Lugar España: Concurso Piensa en algo bonito, sueña con Chequia

El relato titulado "Piensa en algo bonito, sueña con Chequia", de Juan A. Martínez Safont, fue elegido segundo lugar del concurso literario convocado por en España por la Oficina de Turismo de la República Checa, CzechTourism, en colaboración con el Centro Checo y el magazine online de cultura y política TheCitizen.es.

Por: Colaborador invitado

Publicado: Mayo 07, 2020

Vidas Pasadas

En el asiento 43 del tercer vagón de un Osobní vlak, un tipo de tren regional en Chequia, se hallaba Dalibor Svoboda, un hombre rudo, serio y de ojos marrones. Hasta él se dirigió el revisor, quien con una sola mirada solía bastarse para hacer su trabajo. Aunque con Dalibor, la historia parecía salirse de lo previsto.

–Su billete, por favor –exigió malhumorado el revisor.

–¿Qué? ¿Mi billete? ¡Ah, sí, claro! –exclamó Dalibor.

Mientras el funcionario hacía su trabajo e intentaba encontrar algún ápice de irregularidad, Dalibor reía y fijaba su mirada en el horizonte a través de la ventana. –¿De qué te ríes? –preguntó el revisor, ya bastante mosqueado.

–De la vida, señor revisor. De mi vida –contestó Dalibor.

–Ahora me voy a reír yo. Muéstreme su documentación y su permiso de residencia. Ah, y cuénteme el motivo de su viaje a Liberec –ordenó.

–Lo haré por placer, no por obligación –subrayó Dalibor. Llevo años desamparado en Polonia, sin poder hacer nada que me llene. Llevo buscando la felicidad demasiado tiempo y no encontrarla me está carcomiendo. Quién sabe si en Liberec la voy a conseguir, ¿lo sabe usted? Lo único que puedo decir es que allí quedaron ciertas piezas de mucho valor para mí, y debo recuperarlas. O al menos intentarlo, pues el destino, valiente y voraz, siempre me ha aterrorizado.

– Suficiente. Lo tiene todo en regla. Que tenga buen viaje –concluyó un anonadado revisor.

Tres horas más tarde, el tren llegaba a su destino. La firmeza y la seriedad habituales en el rostro de Dalibor iban acompañadas de una fuerte embriaguez. Olía a tabaco, a nalewka (una bebida típica de Polonia) y a pastillas. Dalibor Svoboda pisaba su tierra natal, contento e ilusionado por volver a ver esa ciudad de la que seguía enamorado y a la que no podía olvidar. Si bien Liberec era preciosa de principio a fin, en la mente de Dalibor se trataba del paraíso. Por eso, lo primero que hizo fue dar una vuelta por la ciudad. Aún conservaba su bono de tranvía, así que tan solo tuvo que recargarlo. Unos minutos después, Dalibor Svoboda, ese empresario checo nacido en Liberec en el año 1960, observaba entusiasmado todos los lugares por los que pasaba. Desde el majestuoso ayuntamiento hasta la Galería Regional, pasando por el Jardín Botánico. Disfrutaba de las mejores vistas con su botella de Soplica, un vodka polaco de lo más puro que, con el paso de las horas, iría vaciándose.

Dalibor no se bajó del vehículo hasta que no se hizo de noche. El revisor, de hecho, tuvo que recordarle que el circuito ya se había acabado. Aunque la ayuda del funcionario no acabó ahí, pues debido a su alto nivel de embriaguez, Dalibor no podía ni moverse. Sin embargo, tras unos minutos en los que la caída parecía ser el siguiente paso, este pudo enlazar algunos pasos para dirigirse a su objetivo: la colina del dragón, un altozano histórico en Liberec donde se solía practicar senderismo.

En la mente de Dalibor habitaba una nube repleta de memeces y banalidades. No obstante, existía algún que otro halo de luz, algún que otro camino escondido que le llevaría a su destino: el pasado. Y aunque su indudable cogorza sería un obstáculo a tener en cuenta, Dalibor Svoboda llegaría a la famosa colina del dragón. Una vez allí, predispuesto a encontrar lo que tanto deseaba, se topó con una mujer. Dalibor tenía las coordenadas exactas apuntadas en un papel, por lo que la ayuda de una persona sobria podía ser fundamental. Así pues, entre arbustos y matorrales con encanto e historia, Dalibor se dispuso a pedir colaboración.

–Disculpe, dígame dónde están estas coordenadas –balbuceó.

–Fíjate, en qué te has convertido –respondió la misteriosa mujer.

–¿Cómo? –preguntó desconcertado Dalibor.

–Parece mentira que ya no te acuerdes de mí.

–¿Puedes llevarme hasta las coordenadas o no? –preguntó.

–Claro que puedo. De hecho, voy a hacerlo, aunque no servirá de nada.

El alcohol empezaba a surgirle efecto de manera clara y el típico frío checo no cesaba. Dalibor Svoboda era una marioneta movida por los hilos del pasado y la mujer que le estaba acompañando hasta su objetivo parecía ser la titiritera. Por fin, tras unos minutos andando por sendas oscuras y frondosas, llegaron a las famosas coordenadas. –Bueno, aquí está lo que buscas. ¿Llevas contigo algún instrumento para cavar?

–No, pero si estás en lo cierto y el punto exacto es este, no hará falta mucho esfuerzo. No hay demasiada tierra y, la que hay, no parece extremadamente dura. Ayúdame –dijo Dalibor.

–Está bien, voy a ayudarte –respondió.

–¿De verdad? ¿A qué se debe tanta cooperación? ¿Qué quieres a cambio?

Un silencio sepulcral bastó para que Dalibor no insistiera. Ambos cavaron juntos hasta que dieron con lo que buscaban. Se trataba de un pequeño cofre, cuya medida era parecida a la de una caja de zapatos. La expresión de Dalibor hablaba por sí sola. La mujer que lo acompañaba, en cambio, no hizo ningún gesto. Aunque, para sorpresa de

Dalibor, esta cogió el cofre con ímpetu y se levantó.

–¿Qué haces? Devuélveme eso –ordenó Dalibor.

–No, esto no te pertenece –contestó. Esta abrió el cofre de inmediato para quedarse viendo un buen rato lo que había dentro.

–¿Qué hay? Venga. Haz el favor de darme eso si no quieres problemas. Y dime, ¿quién eres? ¿Por qué estás aquí? –cuestionó.

–Dalibor, soy Lexa Dvorak, tu exmujer.

–¿Cómo? No. Mi exmujer, que en paz descanse, falleció de cáncer hace 10 años –aclaró. –Tú también moriste aquel día. Dime una cosa, Dalibor. ¿Qué crees que hay en esta caja?

–No lo sé. Preparé todo esto cuando mi mujer enfermó, sabiendo que se me avecinaban tiempos difíciles y que siempre podría recurrir a esto como última opción. Lo único que sé es que en este cofre hay parte de mi pasado, mis recuerdos. Y créeme, llevo tiempo queriendo acceder a ellos –explicó Dalibor.

La mujer le mostró poco a poco lo que había en el cofre. Se trataba de una SIG Sauer P226. No había nada más. A continuación, esta le puso la pistola en la frente. Dalibor, tembloroso y agónico, no podía ni articular palabra. –Piensa en algo bonito y sueña con ello, Dalibor –dijo.

–Liberec es lo que se me viene a la cabeza –confesó. Pienso en mi infancia y juventud, a tu lado. Pienso en todo lo vivido, en todas esas marchas por la ciudad para terminar viendo el atardecer en el Ještěd. Quiero soñar con eso, por eso he venido hasta aquí.

–Lo sé, cariño. No hay mejor manera de irse que hacerlo sonriendo –respondió la mujer. El sonido del gatillo y la posterior bala se escucharon por toda la colina del dragón. Dalibor Svoboda, de sesenta años de edad, se había suicidado a manos de una pistola que él mismo enterró en su momento. Tras la muerte de su mujer hace una década, Dalibor pasó por una espiral de depresión, drogas y sufrimiento que no cesaba. Sin embargo, pese a su estado crítico, él era conocedor de sus debilidades, por eso guardó un cofre al que acudir si todo se torcía más de lo previsto. Lo que no sabía Dalibor es que su pasado ya preveía su futuro. Esa valiosa caja que tanto necesitaba no era más que un simple recordatorio. Un recordatorio del presente, de algo de lo que no se puede huir. Dalibor, ebrio y moribundo como el que más, pensó en su exmujer Lexa y en Liberec antes de pegarse un tiro. Aunque él quería seguir arrastrándose por el tiempo para eludir futuros inciertos, nadie puede sobrevivir en el pasado. El alma de Dalibor desapareció junto a su mujer diez años atrás. El cuerpo, en cambio, quiso probar fortuna diez años más, pero no hubo suerte. Liberec y Lexa Dvorak le recordaron que el presente, tan certero como punzante, no entiende de regresos ni de caminos alternativos.

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