República Checa: embrujos de cerveza y vals

Bohemia. Su sola mención evoca otros tiempos. Nos suena a feliz reino en medio de las montañas, con pueblos de pan y cañadas de cerveza. Se antoja vocablo salido de algún libro de alquimia, un “abracadabra” convertido en país. Con ello en mente, nos paseamos en la hoy llamada República Checa por calles, tabernas y un castillo donde, a la orilla de la noche, resuenan los relatos de magia y hechizos de cuando ese territorio era simplemente Bohemia.

Por: Arturo Torres Landa

Publicado: Febrero 18, 2017

Promiňte Praho. Lo siento Praga, esta vez no hablaremos de ti.

Espero me disculpes por obviar tus maravillas de piedra, como tu puente escoltado por reyes y tu catedral escondida en el patio de un castillo, pero mi primera noche en la República Checa será la última en Praga. 

Al abandonar la luminosa capital checa, pretendo adentrarme en sus ciudades provincianas como quien procura disfrutar el encanto que tienen los callejones silenciosos en medio del bullicio de la ciudad. La noche antes de partir al sur de Bohemia, miro por la ventana de un antiguo hotel de la era soviética, y reconozco el barrio judío de Praga y la silueta angulosa de la Sinagoga Vieja Nueva. Me pregunto si el Golem, el monstruo de barro que afirman habita en el ático de este edificio, habrá despertado ya.

Salgo de Praga a la mañana siguiente y me dirijo al sur de Bohemia. Si el paisaje de la República Checa fuera una pintura, se podría describir como “tres pinceladas en tonos de verde”. La reiteración de su campiña sólo es interrumpida por venados que pacen en las colinas, a la orilla de bosques densos, negros.

Este país sin salida al mar sacia su sed –además de con cerveza– con los múltiples ríos que lo atraviesan, siendo el Moldava el más importante y caudaloso de todos. La ausencia de costa hace aún más curioso el hecho de que los checos se saluden con un sonoro ahoy!, una palabra de la jerga marinera. Mas luego recuerdo que, al hallarse en el corazón del continente, Bohemia, Moravia y Silesia –los antiguos reinos que componen la actual nación checa– han sido cruce de imperios y crisol de muchos pueblos: de alemanes a húngaros, de judíos a gitanos. Las constantes migraciones son la posible explicación al hecho de que su gente se salude como marinos o que le digan baro al dinero: una herencia gitana con resonancia en tierras mexicanas. Aunque, siendo sincero, prefiero pensar que todo es causa de algún sortilegio.

Para seguir leyendo

Český Krumlov: la rosa de cinco pétalos.

Telč: un pueblo de pastel.

Litomyšl: la Bohemia más bohemia. 

Publicado originalmente en la desaparecida revista mexicana Bleu&Blanc.

 

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