Gasolina y utopía en Zlín, la ciudad de Tomáš Baťa

La ciudad de Zlín, oculta en el corazón de Moravia del Este, se encuentra marcada en rojo en la agenda de arquitectos y urbanistas de todo el mundo. Y no solo en la suya, sino que también es una cita imprescindible para los amantes del motor, ya que allí comienza el Barum Rally.

Por: Clemente Corona

Publicado: Diciembre 28, 2020

Un tempranero sol de agosto baña Zlín, otro de los incontables secretos desconocidos que encierra la República Checa, un país que, en cuanto levantamos la mirada por encima de esa hipnotizante Praga de la que es imposible cansarse, nos sorprende y nos enamora con lugares, planes y experiencias que, probablemente, jamás hubiéramos imaginado. Es el caso de esta laboriosa y sorprendente ciudad de Zlín, oculta en el corazón de Moravia del Este, y que era un pueblo más hasta que, a comienzos del siglo pasado, fue transformada en gran ciudad por obra y gracia de un talentoso y visionario fabricante de zapatos que tan solo quería que sus empleados vivieran y trabajaran en una ciudad jardín. El resto, es historia; hoy, Zlín está marcada en rojo en las agendas de arquitectos y urbanistas de todo el mundo y, también, de los amantes del motor por ser el punto de partida del recorrido del Barum Rally, una de las citas más populares del Campeonato Europeo de Rallyes desde su primera edición, en 1978, y que es la razón de nuestro gran viaje.

Barum Rally

Esa límpida luz de agosto calienta al viajero y satura los colores explosivos -amarillo limón, verde lima, rojo sangre- que adornan a casi todos los vehículos que circulan por la larguísima avenida Tomáse Bati. Son coches de serie customizados hasta donde llegan el presupuesto y el ingenio de sus conductores, y que dan ambiente a este día de fiesta grande. Los aficionados, procedentes de toda Europa Central, comienzan a llenar las anchas aceras de la avenida en busca de la Náměstí Míru, la plaza de la Paz, el corazón tradicional de Zlín, y donde ya están las azafatas de los equipos en competición haciéndose fotos con los primeros curiosos, que esperan impacientes a que comiencen a llegar los vehículos oficiales.

Pero aún quedan horas hasta que comience la prueba, y el espectáculo lo brindan un buen puñado de Skodas, Fiats, Volkswagen e incluso reliquias japonesas -algún Miata, Lancer y un par de Celicas de llantas imposibles- que, a esta hora temprana de la mañana, circulan despacito por la ciudad, gustándose, como los toreros al hacer su paseíllo antes de torear, para que los paseantes podamos apreciarlos y que, cuando se detienen en los semáforos, pisan el acelerador hasta asomarse al corte de inyección, sacudiéndonos con el estruendo de sus escapes y haciéndonos sentir como lo que somos: niños grandes contemplando con envidia los juguetes de otros niños grandes. A su vez, los niños pequeños tiran de la mano de sus mayores y se meten en la calzada para hablar con los conductores, mientras que los grandes hacemos fotos y sonreímos embobados; todos queremos sentarnos al volante de estas máquinas de rotundos motores atmosféricos de gasolina. El semáforo cambia de color, y estas cumbres de la técnica humana de las décadas de los Noventa y los primeros dos miles arrancan y compiten entre sí un par de centenares de metros, hasta el siguiente semáforo, donde se repite el ritual de los embelesados paseantes.

Zlín está en la calle: sobre todo, en la plaza de la Paz y, detrás de ella, ante el elegante castillo de la ciudad, una coqueta construcción barroca de origen medieval que es de las pocas que sobrevivieron a los bombardeos aliados durante la Segunda Guerra Mundial, y en cuya explanada se exhiben docenas de vehículos clásicos venidos de todo el país pero también de Austria, Polonia, Eslovaquia e incluso Italia e Irlanda: las placas no mienten, y menos aún los acentos de sus dueños, que los exhiben orgullosamente, sacándoles brillo con delicadas gamuzas, posando ante ellos para los medios de comunicación, y metiendo y sacando del asiento del conductor a críos curiosos que no tienen tiempo, siquiera, de manchar un poquito los refulgentes salpicaderos de los Triumph, los DS, los Carrera o un Hispano-Suiza, mientras sus padres sienten complejo de culpa -algo, tampoco mucho- por prestar menos atención a sus hijos sollozantes que a la colección de impolutos Mercedes 300 aparcados en batería ante la puerta del castillo.

Esta etapa prólogo del Rally Barum es, lo hemos dicho, una fiesta. Los salones del Ayuntamiento se llenan de autoridades e invitados, que llenan la balconada para tener la mejor panorámica posible de la rampa de salida de los vehículos, que suben a la rampa entre los vítores de los espectadores. Los mayores aplausos se los lleva el checo Jan Kopecký, con su radiante Fabia R5 Evo, que fue campeón europeo hace unos años, y que ganará el rally en unos días.

La utopía urbanística de Tomáš Baťa

Una de las señas de identidad del rally Barum es que su primera etapa transcurre de noche por un recorrido urbano. Y alguien tuvo, en algún momento, la excelente idea de cerrar el recorrido al tráfico rodado antes del comienzo de la etapa y organizar una carrera popular en bicicleta en la que participan centenares de personas. Es una manera estupenda de conocer de primera mano el centro de Zlín, pero no supera a la que espera en lo alto del icono de la ciudad, la bellísima torre Bata, una joya de la arquitectura funcionalista de entreguerras que, con sus 77 metros de altura, llegó a ser el segundo rascacielos más alto de Europa cuando fue inaugurado, en 1931, y que es el mejor ejemplo de la utopía urbanística que define a la ciudad.

A finales del siglo XIX, un visionario Tomáš Baťa -el hijo predilecto de la ciudad pero tal vez no el más famoso fuera de las fronteras checas: ese “honor” tal vez recaiga en Ivanna Trump, la primera mujer del ex-presidente estadounidense- fundó en su pueblo, con la suma legada por una pequeña herencia, una fábrica de calzado que no tardaría en convertirse en una de las marcas más famosas del mundo. Apenas un par de décadas más tarde, medio mundo calzaba sus zapatos, pero su lugar en la Historia moderna se lo ha ganado por haber transformado en pocos años un pequeño pueblo moldavo en una ciudad inspirada en las corrientes arquitectónicas y urbanísticas más punteras de su época -con la ciudad-jardín de Le Courbusier, que dio clases a los arquitectos de Bata, como principal modelo-, y cuyo desarrollo se estudia hoy en facultades de arquitectura de todo el mundo.

Aún no había comenzado la Bauhaus de Gropius a establecer sus dogmas cuando ya los habitantes de Zlín, empleados de Bata en su casi totalidad, disfrutaban, además de un envidiable programa social, de una ciudad modelo que se integraba en la frondosa naturaleza del valle. Avenidas y calles perpendiculares como en la Roma clásica, edificios de varias alturas para los servicios y casas con jardín para los trabajadores y, reinando sobre todo ello, la torre Bata, en la que Tomáš Baťa tenía su oficina en un ascensor -para ir de una planta a otra sin salir de su despacho-, y que hoy es el centro del campus de la universidad, a la que da nombre.

Desde la terraza de la cafetería que hay en la azotea -y que abre todos los días de 9 a 21 horas-, se contempla a la perfección el trazado urbano de la ciudad, en el que destacan, además del complejo Bata que se extiende a lo largo y ancho de sesenta hectáreas a los pies de la torre, dos edificios del más puro estilo constructivista: el Velke Kino, uno de los mayores cines de Europa, y el Hotel Movska, una imponente cuatro estrellas de ADN soviético que parece sacado de una película sobre la Guerra Fría. Ante ellos, sirven de contrapunto arquitectónico contemporáneo el moderno centro de convenciones y un centro comercial, en el que está la Bistrotéka Valachy, un moderno bistró de cocina abierta donde se pueden adquirir productos gourmet checos.

En el exterior, huele a embrague quemado. Suena el petardeo de los motores de los coches de competición al ser acelerados en vacío, y los de época comienzan a pasear a baja velocidad por las calzadas de la ciudad, acompañados de docenas de ciclistas que se dirigen a la explanada del castillo para comenzar allí el recorrido del circuito urbano por el que, en cuanto caiga la noche, pasarán a toda velocidad los participantes en el rally. Todos queremos que llegue la noche: es entonces cuando, durante un par de horas, los pilotos, arrancan, una y otra vez, derrapes imposibles en las esquinas para arañar imperceptibles milésimas de segundo a sus rivales, e infinitos aplausos, vítores y flashes de miles de personas que, al más puro estilo sanferminero, llenan las calles, las azoteas, las ventanas, de esta utópica Zlín.

Por el corazón de Moravia del Este

Al día siguiente, el rally se pone más serio todavía: la segunda etapa se incrusta por el corazón de Moravia del Este, y se convierte en la excusa perfecta para, tras disfrutar del paso de los coches en el bucólico pueblecito de Kostelany, lanzarse a descubrir algunos de los secretos que encierra la región, como la basílica del monasterio de Velehrad, el gran centro espiritual de la República Checa, un imponente templo barroco al que peregrinan miles de creyentes; el Archeoskanzen Modrá, un museo al aire libre que nos muestra el modo de vida de los moravos de la Alta Edad con docenas de construcciones realizadas con los métodos del siglo IX –casas, torres de vigilancia, graneros, empalizadas, molinos, huertos…–; o el Malé Muzeum Kovářství, un pequeño museo ubicado en una antigua casona restaurada de Holešov en la que se reproduce el ambiente tradicional de un hogar moravo del Barroco, incluida una fragua que sigue funcionando.

Y, por supuesto, hay que visitar sin prisa la gran joya de Moravia, la monumental Kroměříž, en la que refulge el Palacio del Arzobispo, la residencia de verano del prelado de Olomuc, uno de los cargos políticos más poderosos de Europa durante siglos, y que, en sus más de sesenta hectáreas, atesora, además del bellísimo palacio –un lugar de película: la oscarizada Amadeus se rodó en su interior–, árboles centenarios, estanques, kioscos e incluso un pequeño zoo… una maravilla barroca que, junto a los cercanos Jardines de las Flores, son reconocidos por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.

Las calles de Kroměříž, flanqueadas de monumentos barrocos y edificios art déco, son el escenario perfecto para pasear una preciosa mañana de domingo veraniega como la de hoy. Mientras, por las carreteras de la región, los héroes del motor siguen luchando contra el crono, y los clientes de la cervecería Maxmilian, un precioso local a la espalda del Palacio del Arzobispo, levantan sus jarras con la exquisita cerveza de la casa para brindar a la salud de los pilotos e invitan a los viajeros a acompañarlos. Na zdravi!

 

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